lejos del color que se me escapaba.
su palabras no podían ser ciertas.
debía ser que la humedad de mis ojos no me dejaban ver.
si, eso quería creer.
no me bajaba la silaba,
aunque mis mejillas impecables estuvieran.
mi pincel, mi pluma y mi violín,
todos en conspiración de abandono.
agarrado del brazo del asiento se levanto un lamento. moría.
al cabo, arrugados recuerdos en sepia,
junto a un puñado de emociones crepusculares, culminantes.
los minutos pasaban incrédulos frente mi rostro de marfil
y mis sienes arrebataban el frío a cada gota escurrida.
"nada de aquello es cierto", concluyo al fin mi epitafio.
Luis Felipe Velásquez Vallejo